FIL. Fortuna, mudable governadora,
y Amor, de quien es piedad enemiga,
hambrientos de darme perpetua fatiga,
me dieron por vida morir cada hora.
Mandáronme amar y amando seguir
una figura formada en el viento
que, quando a los ojos más cerca la siento,
mis propios sospiros la hazen huir.
Y como en beldad excede al dezir,
assí de crueza ninguna la iguala.
(Juan del Encina, Teatro completo [Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio], Miguel Ángel Pérez Priego, Cátedra, Fuenlabrada, 1991, 262)
FIL. Maldigo aquel día, el mes y aun el año
que a mí fue principiode tantos enojos.
Maldigo aquel ciego, el qual engaño
me ha sido guía a quebrarme los ojos.
Maldigo a mí mesmo, pue smi juventud
sirviendo a una hora hembra he toda expendida.
Maldigo a Zefira y su ingratitud,
pues ella es la causa que pierdo la vida.
(Juan del Encina, Teatro completo [Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio], Miguel Ángel Pérez Priego, Cátedra, Fuenlabrada, 1991, 279)
PLÁCIDA. Soledad, penosa, triste,
más que aprovechas me dañas,
mal remedio en ti consiste
para quien de mí se viste;
y se abrasan las entrañas
con tal fuego
que con su mismo sossiego,
con sus fuerças muy estrañas.
[...]
Remedio para mi llaga
no lo siento ni lo espero.
¡Cuitada, no sé qué haga!
Mil vezes la muerte traga
quien muere como yo muero.
Ven ya, muerte,
acaba mi mala suerte
con un fin muy lastimero.
(Juan del Encina, Teatro completo [Égloga de Plácida y Vitoriano], Miguel Ángel Pérez Priego, Cátedra, Fuenlabrada, 1991, 328)
Se trata de tres fragmentos de las églogas de Juan del Encina, el poeta, antes que dramaturgo, salmantino a quien tanto debemos los amantes de la literatura. Los dos primeros fragmentos pertenecen a la Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio y el último a la Égloga de Plácida y Vitoriano, que son, para mí, sus dos églogas más desarrolladas. La diferencia de estas églogas con sus primeras églogas, aquellas que comenzó bajo la corte de don Fadrique Álvarez de Toledo, primo del rey Fernando el católico y segundo duque de Alba, es bastante notable en relación a argumento, a estilo y en complejidad. Dicha calidad literaria hemos de agradecérsela en parte como en buena parte de la historia literaria española a Italia, concretamente a Roma, viaje tras el que se habla de un segundo teatro de Encina.
El lirismo de las primeras en las que se defiende a sí mismo, realiza argumentos que hoy en día serían anacrónicos y, especialmente, que se realizaban para el divertimento de nobles en fechas señaladas (Navidad, Pasión y Carnaval). Las segundas parecen tener, aunque así no fuera, más conciencia literaria y de estilo en las que aquella catarsis recomendada por Aristóteles se mantiene presente hasta que, por fuerza de la época, algunas inverosimilidades resaltan en el texto.
Esta selección se ha guiado simplemente por el lirismo de los versos y la altura con la que estos personajes relacionan rebasando sus propios límites el amor con la muerte.