lunes, 20 de enero de 2014

Los mundos sutiles. Genial documental sobre Antonio Machado.

''Allí estaba la guerra, embistiendo, testaruda y bestial, una guerra sin sombra de espiritualidad, hecha de maldad y rencor, con sus ciegas máquinas destructoras vomitando la muerte de un modo frío y sistemático sobre una ciudad casi inerme, despojada vilmente de todos sus elementos de combate, sobre una ciudad que debía ser sagrada para todos los españoles, porque en ella teníamos todos -ellos también- alguna raíz sentimental y amorosa'' (Palabras de Antonio Machado sobre el bombardeo de Madrid).


http://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-antonio-machado-mundos-sutiles/1597035/


UNA NOCHE DE VERANO (CXXIII- Campos de Castilla)
Ya en los campos de Jaén, 
amanece. Corre el tren 
por sus brillantes rieles, 
devorando matorrales, 
alcaceles, 
terraplenes, pedregales, 
olivares, caseríos, 
praderas y cardizales, 
montes y valles sombríos. 
Tras la turbia ventanilla, 
pasa la devanadera 
del campo de primavera. 
La luz en el techo brilla 
de mi vagón de tercera. 
Entre nubarrones blancos, 
oro y grana; 
la niebla de la mañana 
huyendo por los barrancos. 
¡Este insomne sueño mío! 
¡Este frío 
de un amanecer en vela!... 
Resonante, 
jadeante, 
marcha el tren. El campo vuela. 
Enfrente de mí, un señor 
sobre su manta dormido; 
un fraile y un cazador 
?el perro a sus pies tendido?. 
Yo contemplo mi equipaje, 
mi viejo saco de cuero; 
y recuerdo otro viaje 
hacia las tierras del Duero. 
Otro viaje de ayer 
por la tierra castellana 
?¡pinos del amanecer 
entre Almazán y Quintana!? 
¡Y alegría 
de un viajar en compañía! 
¡Y la unión 
que ha roto la muerte un día! 
¡Mano fría 
que aprietas mi corazón! 
Tren, camina, silba, humea, 
acarrea 
tu ejército de vagones, 
ajetrea 
maletas y corazones. 
Soledad, 
sequedad. 
Tan pobre me estoy quedando 
que ya ni siquiera estoy 
conmigo, ni sé si voy 
conmigo a solas viajando.


MUERTE DE ABEL MARTÍN


Los últimos vencejos revolean 
en torno al campanario; 
los niños gritan, saltan, se pelean. 
En su rincón, Martín el solitario. 
¡La tarde, casi noche, polvorienta, 
la algazara infantil, y el vocerío, 
a la par, de sus doce en sus cincuenta! 
— 
¡Oh alma plena y espíritu vacío, 
ante la turbia hoguera 
con llama restallante de raíces, 
fogata de frontera 
que ilumina las hondas cicatrices! 
_
Quien se vive se pierde, Abel decía. 
¡Oh, distancia, distancia!, que la estrella 
que nadie toca, guía. 
¿Quién navegó sin ella? 
Distancia para el ojo —¡oh lueñe nave!—, 
ausencia al corazón empedernido, 
y bálsamo suave 
con la miel del amor, sagrado olvido. 
¡Oh gran saber del cero, del maduro 
fruto sabor que sólo el hombre gusta, 
agua de sueño, manantial oscuro, 
sombra divina de la mano augusta! 
Antes me llegue, si me llega, el Día, 
la luz que ve, increada, 
ahógame esta mala gritería, 
Señor, con las esencias de tu Nada. 

II
El ángel que sabía 
su secreto salió a Martín al paso. 
Martín le dio el dinero que tenía. 
¿Piedad? Tal vez. ¿Miedo al chantage? Acaso. 
Aquella noche fría 
supo Martín de soledad; pensaba 
que Dios no le veía, 
y en su mudo desierto caminaba. 

III
Y vio la musa esquiva, 
de pie junto a su lecho, la enlutada, 
la dama de sus calles, fugitiva, 
la imposible al amor y siempre amada. 
Díjole Abel: Señora, 
por ansia de tu cara descubierta, 
he pensado vivir hacia la aurora 
hasta sentir mi sangre casi yerta. 
Hoy sé que no eres tú quien yo creía; 
mas te quiero mirar y agradecerte 
lo mucho que me hiciste compañía 
con tu frío desdén. 
Quiso la muerte 
sonreír a Martín, y no sabía. 

IV
Viví, dormí, soñé y hasta he creado 
—pensó Martín, ya turbia la pupila— 
un hombre que vigila
el sueño, algo mejor que lo soñado. 
Mas si un igual destino 
aguarda al soñador y al vigilante, 
a quien trazó caminos, 
y a quien siguió caminos, jadeante, 
al fin, sólo es creación tu pura nada, 
tu sombra de gigante, 
el divino cegar de tu mirada. 

V
Y sucedió a la angustia la fatiga, 
que siente su esperar desesperado,
la sed que el agua clara no mitiga, 
la amargura del tiempo envenenado. 
¡Esa lira de muerte! 
Abel palpaba 
su cuerpo enflaquecido. 
¿El que todo lo ve no le miraba? 
¡Y esta pereza, sangre del olvido! 
¡Oh, sálvame, Señor! 
Su vida entera, 
su historia irremediable aparecía 
escrita en blanda cera. 
¿Y ha de borrarte el sol del nuevo día? 
Abel tendió su mano 
hacia la luz bermeja 
de una caliente aurora de verano, 
ya en el balcón de su morada vieja. 
Ciego, pidió la luz que no veía. 
Luego llevó, sereno, 
el limpio vaso, hasta su boca fría, 
de pura sombra —¡oh, pura sombra!— lleno.


CAMINANTE NO HAY CAMINO 

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.