Estudiando filología hispánica, aunque los 'bolonos' quieran llamarla en la Universidad Complutense ''Grado en español: lengua y literatura'', te das cuenta de miles de cosas y otras tantas infinitas las aprendes.
Una de las cosas más curiosas es que los académicos estudiosos de la lengua son menos académicos que el resto de gente no académica. Es la R.A.E. una institución normativizadora de la lengua que no voy a cuestionar ahora pero que ha influido en el pueblo en una cada vez más marginación de la lengua vulgar, la del vulgo mismo, que es la verdaderamente importante. La lengua pertenece al pueblo, la construye el pueblo y debe ser para el pueblo. En este sentido, muchas veces olvidamos que con grandes influencias del árabe, de germanismos, de sustratos ibéricos y neologismos ingleses, hablamos fundamentalmente latín vulgar, y no hemos de avergonzarnos por ello, pues éramos la ''segunda provincia romana'', según decían desde la mismísima capital. La lengua evolucionó del latín al llamado protorromance y, a partir de ahí, los distintos romances se fueron distinguiendo.
Así que sí la gran Europa, la solemne Europa está llena de gentes que hablan en vulgar. Es este el sentido mismo de la lengua, así como el del ser humano: evolucionar, ni para bien ni para mal.
Al igual que la mayoría decimos /comío/ y no /comido/ con la eliminación de esa -d- intervocálica tan molesta, durante mucho tiempo se mantuvieron un inmenso número de apócopes (pérdida de la vocal final), que hoy mantiene el catalán por ejemplo; y de la misma manera que ahora incluimos neologismos del inglés durante siglos se incluyeron del árabe, aunque es cierto que son condicionamientos históricos diferentes.
A menudo oigo comentarios de ultracorrección y la lamentable frase, pues en la mayoría de las veces se habla desde la ignorancia, de ''esto está mal dicho y esto está bien dicho''. Es especialmente destacable este fenómeno en la fonética, donde la R.A.E. se cree en la osadía de decir al resto de hispanohablantes cómo pronunciar ''es que'', ''comido'', etc.
Si vas por la calle y preguntas nadie te reconocerá ser laísta o yeísta, pero sí, la mayoría lo somos. En definitiva, no somos académicamente perfectos (ni los mismo académicos), sino humanamente evolucionados.