EUGENIO GERARDO LOBO (1679-1750)
DEFINE UN AMOR SU AMANTE Y DECLARA SU CUIDADO
Arder en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.
Confianza y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viviendo y contemplarme ciego.
La razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;
contrariedad que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
¿Preguntáis quien lo causa? Vos, Señora.
La frialdad, la racionalidad y la falta de sentimientos del siglo XVIII no es cierta. Esto es muestra clara. Todo, obviamente, es mucho más complejo. Desde hoy, época de la posmodernidad, vemos con terror, al menos yo lo veo así, los rígidos preceptos neoclásicos que convierten a la literatura en un producto sin alma y a su creación en el seguimiento de un simple libro de instrucciones. Para mí no es eso. Pero, no nos engañemos, tampoco para todos los autores del siglo XVIII.
En realidad, el siglo XVIII, como hoy, se divide en una corriente neoclasicista y en otra probarroquista, que acaba en el prerromanticismo. La antología poética de Rogelio Reyes (Poesía española del siglo XVIII, ed. Rogelio Reyes, Madrid, Cátedra,2000) ayuda a verlo empíricamente: amaban y hacían bellos poemas de amor, pero lo disfrazaban de odas a la mitología. Pero es especialmente en las primeras décadas del siglo cuando se pueden ver poemas tan bellos como el mostrado aquí: la antítesis (razón/sinrazón, frío/calor, etc.) inexcusable en el tema amoroso funciona en un viaje entre lo más físico, sensorial, a lo más conceptual, definiendo, así, la contrariedad de las consecuencias del amor; al final, el amor idealizado aparece y se convierte la ''Señora'' en fuente de todos los versos: entre el nuevo sentimentalismo posbarroco y el amor petrarquista de sumisión.