Esto quiere decir que lo que de verdad indigna a un miembro militante de un grupo religioso no es que no pertenezcas a ese grupo religioso sino que no pertenezcas a ninguno; en un análisis más profundo todo ello nos lleva a pensar en el mito de la caverna de Platón, pues la tentadora visión de la libertad afuera de la cueva de la opresión normativista produce en primer lugar rotundo y radical rechazo porque, en definitiva, asumir la libertad es también asumir el miedo a ella.
La anécdota que me hizo pensar en todo esto fue mi sorpresa ante la reacción de un musulmán militante: ante un joven cristiano su reacción fue de curiosidad, casi de hermanamiento; pero al descubrir que yo no pertenezco, al menos lo intento, a ninguno de esos grupos religiosos, su reacción no fue de curiosidad sino de asombro e indignación, como si el hecho de que alguien en lugar de seguir un dogma, huyera y luchara contra él estuviese dañando de alguna manera esa norma. Creo que la conclusión que hemos de sacar es que luchando y huyendo de la norma la dañamos y, por tanto, la lucha contra el heteropatriarcado capitalista tiene efecto.
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