El otro día terminé viendo lo que pude del debate entre García Margallo -ministro de Exteriores del Gobierno de España- y Oriol Junqueras acerca de la tan manida independencia de Cataluña. Los argumentos de Margallo consistían en: se van a tirar de un puente, va a haber mucho paro, será una catástrofe... Ningún argumento positivo, pero esto no es nuevo.
Las que no queremos que los catalanes nos dejen solos con este tipo de españoles hemos de reconocer que lo tenemos difícil. La tarea es la de ilusionar y la de hacer creer a muchos catalanes que en el Estado español se puede estar de manera democrática y con todos los derechos sociales, civiles y laborales. Pero qué queréis que os diga, es que este país tampoco nos ilusiona ni a los que nos encontramos en la meseta.
No es difícil hacer paralelismos con los argumentarios y los discursos de otros dirigentes políticos cuando sólo apelan a términos negativos del adversario: o bien no quieren ganar las elecciones -como le ocurre al PP en Cataluña- o bien no tienen elementos positivos propios que destacar o bien, simplemente, son terriblemente torpes. En medio de la campaña de las últimas elecciones europeas Podemos irrumpió con un lema fabuloso ''¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?''; pues bien, algunos dirigentes de la que es mi organización, como Cayo Lara, respondieron que de la ilusión no se come, que se necesita un programa sólido y con propuestas reales, cometiendo el error de poner en Podemos el foco enemigo y el error de decir esas estupideces. Es lo mismo que muchos dijeron cuando vieron que el 15M les sobrepasaba.
Y no, no es cierto. Es más, sólo de la ilusión se come. Es sólo la ilusión la que hace que nos levantemos bien temprano a trabajar en condiciones laborales horribles, o la que nos hace perder el tiempo en supermercados totalmente deshumanizados. Yo estudio porque me gusta estudiar y porque me gusta lo que estudio, pero por encima de todo porque tengo la ilusión y la esperanza de poder ganarme la vida gracias a esta etapa universitaria; y soy iluso porque en España eso es algo complicado, pero ¿en serio alguien podría seguir caminando sin ilusión?
La democracia está construida precisamente en torno a esa idea: la de ilusionar a la población en base a que formen parte de las decisiones del Estado.
La política, como casi todo lo que pudiera estar relacionado con el poder, ha llegado a tomar unas dimensiones relacionadas con la masculinidad hegemónica que hablar de los elementos subjetivos de elección está vetado. Hacen falta canciones, gestos y símbolos para poder ganar una batalla dialéctica. En la izquierda tradicional parece que hay gente que no tiene la suficiente valentía como para ganar y en los partidos no independentistas se oberva algo muy parecido.
Desde pequeñitos, la masculinidad hegemónica nos enseña a despreciar los sueños, las ilusiones y las esperanzas. Había que ser realistas, pragmáticos, tener los pies en el suelo. Pero se equivocan: el objetivo principal de la vida no es vivir, ni producir, ni sobrevivir, es tener la capacidad de hacer todo eso con una sonrisa en la cara. Los pies en el suelo sí, pero déjennos decidir dónde está el suelo y dónde están nuestros pies.
Las que no queremos que los catalanes nos dejen solos con este tipo de españoles hemos de reconocer que lo tenemos difícil. La tarea es la de ilusionar y la de hacer creer a muchos catalanes que en el Estado español se puede estar de manera democrática y con todos los derechos sociales, civiles y laborales. Pero qué queréis que os diga, es que este país tampoco nos ilusiona ni a los que nos encontramos en la meseta.
No es difícil hacer paralelismos con los argumentarios y los discursos de otros dirigentes políticos cuando sólo apelan a términos negativos del adversario: o bien no quieren ganar las elecciones -como le ocurre al PP en Cataluña- o bien no tienen elementos positivos propios que destacar o bien, simplemente, son terriblemente torpes. En medio de la campaña de las últimas elecciones europeas Podemos irrumpió con un lema fabuloso ''¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?''; pues bien, algunos dirigentes de la que es mi organización, como Cayo Lara, respondieron que de la ilusión no se come, que se necesita un programa sólido y con propuestas reales, cometiendo el error de poner en Podemos el foco enemigo y el error de decir esas estupideces. Es lo mismo que muchos dijeron cuando vieron que el 15M les sobrepasaba.
Y no, no es cierto. Es más, sólo de la ilusión se come. Es sólo la ilusión la que hace que nos levantemos bien temprano a trabajar en condiciones laborales horribles, o la que nos hace perder el tiempo en supermercados totalmente deshumanizados. Yo estudio porque me gusta estudiar y porque me gusta lo que estudio, pero por encima de todo porque tengo la ilusión y la esperanza de poder ganarme la vida gracias a esta etapa universitaria; y soy iluso porque en España eso es algo complicado, pero ¿en serio alguien podría seguir caminando sin ilusión?
La democracia está construida precisamente en torno a esa idea: la de ilusionar a la población en base a que formen parte de las decisiones del Estado.
La política, como casi todo lo que pudiera estar relacionado con el poder, ha llegado a tomar unas dimensiones relacionadas con la masculinidad hegemónica que hablar de los elementos subjetivos de elección está vetado. Hacen falta canciones, gestos y símbolos para poder ganar una batalla dialéctica. En la izquierda tradicional parece que hay gente que no tiene la suficiente valentía como para ganar y en los partidos no independentistas se oberva algo muy parecido.
Desde pequeñitos, la masculinidad hegemónica nos enseña a despreciar los sueños, las ilusiones y las esperanzas. Había que ser realistas, pragmáticos, tener los pies en el suelo. Pero se equivocan: el objetivo principal de la vida no es vivir, ni producir, ni sobrevivir, es tener la capacidad de hacer todo eso con una sonrisa en la cara. Los pies en el suelo sí, pero déjennos decidir dónde está el suelo y dónde están nuestros pies.
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