martes, 2 de agosto de 2011

MILES DE MOTIVOS PARA INDIGNARSE


No es ésta una entrada de promoción, ni si quiera de recomendación hacia éste tan famoso manifiesto pacifista contra la indiferencia. Es un manifiesto al que muestro toda mi conformidad e, incluso, al que me sumaría. Pero no sólo debo mostrar conformidad sino también crítica, y éste libro merece grandes dosis; no obstante, mi indignación como ciudadano ya se había presentado en mí antes de leer este libro.
El manifiesto se centra en el pacifismo y nos invita a la indignación a través de la historia del propio autor, Stéphane Hessel, uno de los participantes en la redacción de la Declaración de derechos humanos y un histórico activo de la resistencia francesa. Aún siendo palabras motivadoras, hace falta explicar claramente por qué hay que indignarse, porque no todo son pacifismo y gritos de protesta, con más importancia se encuentra la concienciación de aquellos ciudadanos que aún no se han sublevado contra un sistema que se subleva contra ellos. Es cierto, que en cada país los motivos de indignación pueden ser más o menos numerosos y de calado diferente, pero más cierto es que los grandes problemas están globalizados y organizados internacionalmente, por eso son tan grandes problemas y por eso son tan difíciles de tumbar.
La mayor crítica que muchos hacemos (por lo menos desde España) a este libro es que el prólogo resulte de mejor calidad y de mayor motivación que el propio manifiesto de Stéphane Hessel, que no explica claramente por qué nos llama a la indignación. Al final de la lectura no quedé satisfecho ni consideré que este manifiesto vaya a conseguir que muchos se manifiesten; le falta fuerza, coraje y valentía y le sobran palabras nimias, sueltas y fáciles. Son apenas 60 páginas que se repiten en la misma idea, idea totalmente válida pero sin fuerza cuando está solitaria. 
 Estos motivos no son tan difíciles de encontrar, sólo hacen falta datos e información: más de un 20% de paro; casi la mitad de paro juvenil; privatización de sanidad y educación mediante un deterioro de tales servicios públicos e imprescindibles; una ''democracia'' basada en un voto cada cuatro años y, además, un voto que se gestiona mediante una ley electoral terriblemente injusta; imposibilidad de participación ciudadana en las decisiones que sí que afectan a los propios ciudadanos; gastos innecesarios e injustos del Estado como las ayudas fiscales a empresas privadas o las ayudas a la gran empresa llamada ''Iglesia''; una administración y, sobre todo, una sociedad racista, xenófoba, homófoba y terriblemente machista; una gran manipulación de medios de comunicación (tanto públicos como privados); una laicidad inexistente en nuestro país, por la que sí hay dinero para el Papa y sus peregrinos pero no para los propios ciudadanos que tan sólo reclaman una educación y una sanidad digna y decente; un país donde no se permite que miles de familiares puedan saber dónde están enterrados sus familiares tras su asesinato por un sistema fascista y genocida como el franquista, y una ausencia de condena a tal régimen por el congreso y por importantes dirigentes políticos; un país donde las fuerzas y cuerpos de seguridad se ocupan más de golpear al que piensa y, por lo tanto, protesta que al corrupto, que también piensa pero sólo en su rentabilidad.
Como estas indignaciones hay miles más que hacen que la lógica natural nos haga levantarnos, indignarnos y luchar por aquello que nos pertenece: la dignidad.

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