''Señores viajeros, les comunicamos que la estación de Sol está cerrada por orden gubernativa''. Esta es la primera frase con la que empezó la tensión dictatorial en las estaciones de cercanías por las que pasamos. Pero todo comenzó a las 6 de la mañana cuando la policía nacional (dependiente del gobierno de la nación que dice ser de izquierdas) desalojó sin previo aviso a los acampados de Sol y del paseo del Prado y no sólo eso sino que también destrozaron tirando a la basura los puntos de información de Sol, aquellos que todavía permanecían allí desde el histórico 15 de Mayo, y llevándose consigo todo tipo de aparatos electrónicos en busca de un cabecilla. Aquello era auténtico terrorismo de Estado, no tiene otro nombre. Destrozaron pancartas, firmas, palabras. Destrozaron ilusiones y esperanza; pero lo que más provocaron fue cabreo, indignación y rabia.
La convocatoria era urgente y espontánea. Internet se encendía con mensajes de rabia y con acciones de respuesta como la de la concentración en Sol a las 20h. En la marcha nos enteramos que Sol estaba cercada y tomada por la policía, resulta que ellos sí tienen derecho. Eso era un auténtico toque de queda en la plaza, en la plaza que es de todos. Pero el motivo era evidente, el santo pontífice visita Madrid en agosto y hay que tratarle con esos privilegios de los que carece el propio pueblo. La excusa gubernativa era, a pesar de ser excusa, también indignante: la plaza de Sol debe estar limpia porque van a poner puntos de información para la visita del Papa. Ahora nos toca a los indignados confesarnos: por pensar, por protestar, por ejercer nuestro derecho de ser y no quedarse quieto y pasmado ante la violencia del Estado. Ahora nos dicen que toca rezar y orar, mantenerse callados e impasibles: pero no, no lo haré y gritaré y lucharé más que nunca por lo que siempre he luchado. Con fuerza y furia escribo que no quiero ni orar, ni rezar, ni confesar. He pecado y pecaré; he protestado y protestaré. Aunque nos mojen y digan que ha llovido. Son miles de preguntas las que se te saltan en la cabeza cuando recibes informaciones de este tipo: ¿de dónde se sacan el derecho a decidir por nosotros?, ¿por qué no preguntan al pueblo?, y, sobre todo, siempre me pregunto si estas personas podrán conciliar bien el sueño, si se preguntarán si han hecho bien o mal o si toda su sangre se ha bajado de la cabeza al bolsillo.
Aquellos de los que dudaba si conciliaban bien o no el sueño habían mandado a los policías tratarnos como delincuentes y ha hacernos sentir como tal. Era algo impensable hacía tiempo para mí que tuviésemos que estar pensando quien estaba mejor vestido para poder entrar en Sol, lo que siempre había ubicado en otros tiempos o en otras tierras ocurrías allí y ahora. Era vivir el pasado en el presente y trasladarme de lugar en el mismo Madrid; siempre se dice que eso se consigue con la lectura, pero esto era algo más: esto es historia.
No podíamos hacernos fotos en el congreso, ni permanecer allí mucho tiempo. No podíamos acceder a nuestra plaza ni a nuestras calles.
Con mis mismos sentimientos se encontraban allí en Madrid miles de personas (y no cientos como dicen los medios de comunicación convencionales), miles de gritos y de mensajes. Aquello era sumamente bello, precioso y bonito. Aquello era verdad y, como decía Keats, era belleza. Volaban globos con palabras libertarias frente a policías que ni se dignaban a mirarnos a la cara, les daba vergüenza lo que hacían o más bien, lo que impedían. Funcionaban como máquinas sin corazón,, sin humanidad ni sentimientos. Pero no estaban solos: ahora eran ellos quienes ocupaban la plaza, la llenaron de furgones, de ''lecheras'', y se agolpaban a la espera de órdenes en la calles aledañas siendo, como mínimo, 20 en cada calle colindante con Sol. Pero nosotros éramos más, miles en cada calle y millones en cada palabra.
Era algo totalitario y totalmente dictatorial: teníamos que comunicarnos en bajito de oído a oído, como subversivos, delincuentes, los policías no debían enterarse. Ellos se preparaban con sus porras y sus armas violentas frente a nuestras palabras y nuestras manos levantadas como armas.
Esto, si el ministerio y la alcaldía no lo habían pensado, sólo va a provocar más indignación como ocurrió ayer y ocurrirá esta tarde. La gente comenzó a juntarse, los turistas nos apoyaban y la gente desde sus balcones levantaban los puños en alto. Era algo increíble: algo espontáneo había conseguido reunir a tantas miles de personas, todas gritábamos a la vez, marchábamos a la vez y levantábamos las manos a la vez. Esas eran nuestras armas: ellos necesitan la violencia, el pueblo sólo la razón.
Enhorabuena chico :) Un saludo desde Valencia!
ResponderEliminarGracias!
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